@portes interesantes para construir nuestra historia

Por nuestros Hijos, para ellos y para los hijos de ellos.

jueves, 14 de enero de 2010

TRABAJO PUBLICADO POR ALUMNOS DE LA ESCUELA DE LA SEÑO

gracias al blog docente del segundo cordón.
http://docentedelsegundocordon.blogspot.com/
sos una heroína sabelo!!!
+
+- Los trabajadores desaparecidos de la Química Mebomar

El rescate de las identidades robadas


María del Carmen Ojea (Coordinación) - Florencia Magalí Caparrós
Nair Ayelén Núñez
Bárbara Agustina Nicolás
- Natalia Verónica Robledo Rodríguez - Ezequiel Córdoba

En memoria de:
Armando, Dardo y Edgardo Torres,

Oscar Sarraille y Eduardo Manrique,
trabajadores desaparecidos de la Química Mebomar


En agradecimiento a los familiares y
compañeros de trabajo que quisieron
contar su historia

y confiaron en nosotros.



“En el balance de la lucha del hombre y de los
pueblos por su dignificación y enaltecimiento todo tiene
valor; la alegría del triunfo y las contingencias de la derrota
son condiciones inseparables que inevitablemente suceden
cuando la caus
a es grande y trascendente; así lo enseña la
historia; otra cosa sería soñar con el reino de la utopía o
proclamarse dioses de la infalibilidad”.


Agustín Tosco



INTRODUCC
IÓN

LAS IDENTIDADES ROBADAS


“Existe una cita secreta entre
las generaciones que fueron y la nuestra”.

Walter Benjamin


Una cita entre el pasado y el presente, y también entre el presente y el futuro, es la propuesta del filósofo alemán Walter Benjamin cuando sostiene que lo sucedido en el pasado con su carga de utopías, ideales, pasiones, violencias e injusticias debe ser conocido por los más jóvenes. Construir esta cita siempre ha sido el propósito de la educación: mediar entre el pasado y el presente para apostar con mejores probabilidades a la construcción de un futuro más justo y solidario.
Coincidiendo con esta línea de pensamiento, el proyecto de trabajo original surgió de la necesidad de brindar desde el Departamento de Ciencias Sociales un asesoramiento sobre el contexto histórico local y nacional a los alumnos de tercer año del TAP de Artes Visuales del Polimodal de Arte-Escuela de Educación Media N° 17 (Luis Guillón) en el Espacio de la Orientación, que debía encarar una producción artística para el Municipio de Esteban Echeverría en el “Homenaje a los trabajadores desaparecidos de la Química Mebomar”, cuyos miembros mantienen hasta el presente la condición de detenidos-desaparecidos, víctimas del terrorismo de Estado durante la última dictadura militar.
Desde las pasantías acordadas con el municipio se constituyó un equipo de trabajo interesado en:
  • Sustentar la producción artística (diseño del folleto y bandera) de sus compañeros en la búsqueda de sentido de la obra, mediante la investigación previa y el compromiso del artista con la comunidad a la que pertenece.
  • Encarar un proyecto de trabajo que implicaba al mismo tiempo una responsabilidad y un desafío: reconstruir un episodio del terrorismo de Estado sucedido en nuestro municipio, abriendo y sacando a la luz, mediante un abordaje científico, una página olvidada, pretendidamente rotulada y cerrada, rescatando del olvido las historias de vida de estos cinco trabajadores a partir de los fragmentos dispersos que debían de encontrarse en la memoria colectiva.
Bandera para el Homenaje a los Trabajadores Desaparecidos de la Química Mebomar

El soporte testimonial fundamental lo constituyeron los testimonios de los familiares y compañeros de trabajo de los cinco detenidos-desaparecidos, relevados a partir de entrevistas, y confrontados con la información provista por fuentes escritas de carácter público y privado (municipales, provinciales, nacionales, judiciales, papeles privados).
El trabajo científico requirió informarnos y formarnos en la utilización de la entrevista, herramienta propia de la historia oral y utilizada por una gran variedad de Ciencias Sociales, para registrar los testimonios de los testigos y protagonistas de hechos contemporáneos y recientes. Seres anónimos, muchas veces marginados e ignorados por la historia oficial en las descripciones estructurales de época.
Debíamos darle al número, un nombre y apellido, y al nombre una historia de vida, recuperando la identidad de esos hombres, intencionalmente desvirtuada bajo el rótulo de delincuentes- subversivos, ya que partimos de la hipótesis que el propósito de aniquilamiento no sólo consistió en hacer desaparecer los cuerpos sino también en hacer desaparecer las identidades para romper los lazos de solidaridad y pertenencia que los unían, a ellos y a sus familias, víctimas también del terrorismo de Estado, con la comunidad a la que pertenecen. (1)
Identidades alteradas, fragmentadas y separadas de acuerdo con el antropólogo Carlos Somigliana del Equipo Argentino de Antropología Forense, que en un encuentro con los familiares de los trabajadores desaparecidos de la Química Mebomar, destacó la importancia del trabajo en conjunto desde lo antropológico y lo histórico para relevar y compartir datos que permitan reconstruir las historias de vida y facilitar la identificación de las víctimas del terrorismo ya que: “Todo dato de la vida de los desparecidos, por irrelevante que parezca, puede facilitar la reconstrucción de identidades que fueron separadas, dejando los nombres por un lado y los cuerpos por el otro”.
Nuestra propuesta consiste entonces en rescatar las historias de vida de los cinco trabajadores detenidos-desaparecidos de la Comisión Gremial Interna de la Química Mebomar, a partir especialmente de los testimonios orales de familiares y compañeros de trabajo de las víctimas que fueron relevados por primera vez mediante una serie de entrevistas.
Se espera poder reconstruir las identidades “desaparecidas”y alteradas por el terrorismo de Estado bajo la calificación de “delincuentes- subversivos”, intentando restablecer los lazos de solidaridad que los unían, a ellos y a sus familias, con su comunidad de pertenencia.
El objetivo de la investigación busca recuperar y reconstruir los aspectos más significativos de esas historias personales para devolverlas a la comunidad a la que pertenecen, recobrando para ellos y sus familias (en alguna medida) la dignidad, la verdad y la justicia que le fueron negadas por largo tiempo.
Los jóvenes encargados de llevar a cabo el proyecto pudieron aplicar una metodología científica en el relevamiento de los testimonios orales, siendo protagonistas de la producción del conocimiento, y logrando dimensionar las implicancias del terrorismo de Estado desde las historias individuales, asumiendo un rol de compromiso ciudadano con su comunidad.
Esperamos que las familias de los detenidos- desaparecidos puedan ver reconstruida la identidad de sus familiares con verdad y justicia.
Y deseamos que la comunidad reconstruya desde la verdad los lazos de solidaridad y pertenencia que la unían con las víctimas.



Profesora María del Carmen Ojea




LA LUCHA Y LA RESISTENCIA DEL MOVIMIENTO OBRERO ARGENTINO EN LA DÉCADA DEL SETENTA

EL PAPEL DEL ESTADO Y LAS EMPRESAS

"Nuestras clases dominantes han
procurado siempre que los trabajadores no tengan historia,
no tenga doctrina, no tengan héroes y mártires.

Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores:
la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan.

La historia parece así como propiedad privada cuyos dueños
son los dueños de todas las otras cosas."


Rodolfo Walsh


La desaparición de los cinco trabajadores que formaron la comisión gremial interna de Industrias Químicas Mebomar SA, no puede separarse de la larga historia de lucha y resistencia del movimiento obrero argentino, y de la alianza entre el poder económico y el poder militar parar frenar un movimiento social ascendente por la consolidación y extensión de los derechos ciudadanos. En la década de 1960, tanto el movimiento obrero como los estudiantes, protagonizaron un periodo de gran movilización social que tuvo sus picos más altos en el “Cordobazo” y el “Rosariazo” en 1969, el “Tucumanazo” en 1970, el “Mendozazo” en 1972 , entre otros tantos hechos de la protesta social que fueron conducidos por una nueva dirigencia de base que enfrentó, para sostener sus demandas, al sindicalismo llamado “burocrático”, a la dirigencia empresaria y a la política represiva cada vez más violenta de los distintos gobiernos militares que se sucedieron hasta el reestablecimiento de la democracia en 1983.

Este nuevo sindicalismo denominado “clasista y combativo” materializó sus luchas cada vez más intensas en grandes movilizaciones, pero particularmente en las fábricas por mejores salarios y condiciones de trabajo. Mediante la elección de comisiones gremiales internas, como una garantía para la implementación de la legislación laboral y los convenios colectivos logrados por el sindicato, se crearon en las plantas cuerpos orgánicos para negociar con los patrones las demandas de los trabajadores. Estos nuevos dirigentes contaban además con un rasgo distintivo, reconocido por sus compañeros de trabajo: la honestidad. (2)

Además por fuera de su ámbito laboral, el accionar de esta nueva dirigencia tenía una importante inserción en las capas bajas y medias de la población (en los barrios populares, en sectores de la iglesia afines, estudiantes universitarios, profesionales, intelectuales) que acompañaban y percibían sus reclamos como propios, como un desencadenante natural en la lucha contra el autoritarismo y por la ampliación de los derechos democráticos.

“Si objetivamente, la cantidad y calidad de las movilizaciones de todo tipo realizadas por el campo popular desde 1969 habían avanzado "demasiado" sobre un territorio social que las fracciones dominantes consideraban propio - al punto de considerarlos y definirlos como hechos subversivos - subjetivamente la mayor parte de las fracciones del campo popular consideraban que sus reclamos no excedían la legitimidad del orden dominante.

Más aún, el voto masivo a la alianza hegemonizada por el peronismo en marzo de 1973 indicaba que su nivel de conciencia se correspondía con el estadio de las luchas democráticas que el proletariado libre permanentemente en su afán de recuperar parte de lo que todos los días se le expropia”. (3)


Ya a mediados de la década de 1970, cuando se percibe el nivel de convocatoria de las corrientes políticas y sindicales más combativas, la represión sobre los conflictos obreros se acentúa, de manera regular o clandestina con la participación de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina). Citaremos como ejemplo dos casos, en primer término el del astillero Astarsa de Tigre, y en segundo lugar el de la empresa Acindar, en su planta de Villa Constitución (Santa Fe):

“Entre 1973 y 1975 la agrupación que aunque tomó el nombre de José María Alessio (el nombre de uno de los trabajadores muertos en un “accidente” en la fábrica) seguía presentándose a elecciones como Lista Marrón, obtuvo un impresionante avance en la representación de los trabajadores, y muchas conquistas sindicales, entre los que se destacó la creación de la Comisión Obrera de Higiene y Seguridad, relacionada con el Instituto de Medicina del Trabajo y con la Universidad Tecnológica Nacional, además del establecimiento de relaciones estrechas con otros trabajadores de otras fábricas de la zona norte. Como resultado de sus acciones, y de su afiliación a la JTP (Juventud Trabajadora Peronista), en 1975 varios de los militantes fueron secuestrados por grupos paramilitares y fueron salvajemente torturados, aunque la intensa movilización de trabajadores de las fábricas de Tigre y vecinos logró su liberación. En enero de 1976 continuaron los secuestros, y en febrero tres militantes aparecieron muertos, totalmente desfigurados”.
(…)
“En la madrugada del 20 de Marzo de 1975, Villa Constitución, junto con varias otras localidades del cordón industrial a lo largo del Río Paraná, fue ocupada militarmente (en un operativo conjunto de las policías provincial y federal y de la prefectura naval) por una decisión del gobierno nacional, ante una supuesta “conspiración” contra el gobierno, orquestada a lo largo del cordón industrial y con sede principal en Villa. Una columna de un kilómetro y medio de automóviles y camiones, compuestos por policías provinciales, federales, matones de la derecha sindical peronista y asesinos ligados a la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), como Aníbal Gordon, entre otros, invadieron la ciudad. Líderes y militantes sindicales fueron arrestados en sus casas, en las rutas o lugares de trabajo, desde allí trasladados a Rosario y finalmente confinados a la prisión de Coronda. Se produjeron alrededor de 300 arrestos, que incluían a toda la comisión Directiva de la UOM (con la excepción de Luis Segovia, que logró escaparse) y a los activistas de la CGT regional.” (4)


Con el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 el autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional” comienza aplicar un proyecto autoritario de disciplinamiento social, detrás de un plan económico de desindustrialización, con la apertura irrestricta de las importaciones y endeudamiento externo, y el consecuente descenso del empleo industrial, disminución del salario real y aumento del cuentapropismo. Se requería entonces, como condición necesaria, institucionalizar aquello que se venía realizando desde hace tiempo atrás: la legitimación de la violencia desde el Estado, calificándose de “subversivo” a todo aquello que atentara contra los “valores tradicionales”.

“El 24 de marzo de 1976, una junta militar integrada por los tres comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas derrocó al gobierno constitucional encabezado por María Estela Martínez de Perón. Las Fuerzas Armadas asumieron el poder político como representantes de los intereses de los grandes grupos económicos. Para aplicar el proyecto de esos grupos, que consistía en garantizar una mayor concentración de las riquezas, fue necesario destruir las organizaciones político-sociales que luchaban por impedirlo. Pocos días después, la junta designó como presidente a uno de sus integrantes, el jefe del Ejército, Jorge Rafael Videla, quien fue presentado en un comunicado de prensa oficial como “un profesional moderado, lejano de los extremos ideológicos y militante católico. Se había perpetrado un nuevo golpe de Estado que, al igual que los anteriores, contaba con el apoyo de importantes sectores, sobre todo de los grandes grupos económicos, nacionales y extranjeros, medios de prensa que colaboraron en la preparación de la sociedad para aceptar el golpe como única alternativa para salir de la crisis, la Iglesia Católica, dirigentes políticos y sindicales que aunque no dieron un apoyo explícito tampoco se pronunciaron en contra (…)”. (5)

Las primeras medidas incluyeron la prohibición de toda actividad política y sindical, la aplicación de la censura de prensa, el cierre del Congreso Nacional, la depuración del Poder Judicial y el nombramiento de jueces adictos al régimen, la designación de civiles y militares en los gobiernos provinciales e intendencias municipales. El “Proceso” que contaba con el apoyo de grupos económicos nacionales e internacionales, se benefició con un crédito otorgado por el Fondo Monetario Internacional a dos días de haberse producido el golpe de Estado. La entidad financiera manifestó además su satisfacción por la designación como Ministro de Economía de José Alfredo Martínez de Hoz, al igual que en el orden nacional la revista de negocios “Mercado” recibió al nuevo ministro como adalid de la recuperación económica. Antes de asumir con el cargo de ministro fue presidente de Acindar hasta 1976, al ocupar el cargo de como Ministro de Economía de la Nación a partir del golpe militar se encargó de otorgar innumerables beneficios a su empresa, que a lo largo de la dictadura se benefició de los regímenes de promoción industrial (a expensas de la empresa estatal SOMISA), de la transferencia de su deuda privada al Estado, y de cuantiosas transferencias de recursos que cimentaron la expansión del grupo económico (6)
No llama la atención entonces que el principal sector de la sociedad argentina golpeado por el “Proceso” fuera el movimiento obrero organizado, altamente movilizado en el periodo previo. Así de los más 10.000 casos de detenidos-desaparecidos registrados por la CONADEP y clasificados según su profesión u ocupación, los obreros representan el porcentaje más alto con un 30,2 %. (7)
La política estatal se manifestó hacia el movimiento obrero en dos planos: uno legislativo y otro la represión directa, con un periodo de picos más altos entre 1976 y 1981, en el que el gobierno de facto se abocó a dos objetivos:
  1. Inmovilizar al conjunto de la clase trabajadora, dictando duras normas represivas de las huelgas, interviniendo las principales organizaciones sindicales, apresando dirigentes “moderados” y prohibiendo la actividad gremial.
  2. Exterminar a la minoría combativa clasista o contestataria, cuya influencia era local y radicaba en las comisiones gremiales internas de un cierto número de empresas. En este caso se secuestraron dirigentes militantes de base o simples trabajadores que habían manifestado adhesión a posiciones radicalizadas, no siempre relacionados con organizaciones armadas. (8)
Otro caso testigo de la represión ejercida sobre dirigentes sindicales, en la que se manifiesta la connivencia entre las empresas y el gobierno militar, fue el ocurrido en la empresa Ford:

"Los dirigentes sindicales A. Sánchez y J. Amoroso fueron llamados el día antes del golpe a una reunión con los cabecillas del departamento de Relaciones laborales en la que les leen un papel exhortándolos a trabajar en sus tareas olvidándose de todo tipo de reclamos gremiales. `Esta reunión ha terminado. Amoroso, déle saludos a Camps´. Cuando los trabajadores preguntaron quién era ese hombre -el Coronel Camps, Jefe de la Policía Bonaerense, que más tarde se jactó de ser responsable de unas cinco mil muertes- los jefes de la Ford se echaron a reír. 'Ya se van a enterar', replicaron.
Tres días más tarde, Amoroso, Sánchez y otros dirigentes fueron secuestrados de sus casas por hombres armados que llevaban tarjetas tomadas de los archivos de la oficina de personal de Ford." (9)


La represión y eliminación sistemática de todo un sector del movimiento obrero con apoyo del sector patronal durante última dictadura militar, es el tema de investigación de la historiadora Victoria Basualdo que analiza los casos de las empresas Dálmine-Siderca, Ford, Mercedes-Benz, Ingenio Ledesma, Astillero Astarsa, Acindar (al que puede agregársele el del Hospital Posadas) que permite demostrar la participación de sectores empresarios en alianza con los mandos militares en medio del cambio estructural operado en la Argentina desde mediados de la década de 1970 (10), empresas que además acrecentaron su poder económico y social, y su influencia política en los últimos treinta años. Estos casos incluyen un patrón general: colaboración de las empresas con las fuerzas represivas; contratación de trabajadores para hacer tareas de inteligencia en sus fábricas y denuncia de sus trabajadores, en especial de aquellos que se destacaban por su actividad gremial. De esta manera los directivos de las empresas nombradas no sólo colaboraron sino que requirieron del aparato represivo, hasta constituyendo listas de los que debían ser secuestrados.

“Dos motivos explicarían la complicidad entre empresas y represión: En primer lugar, la transformación de las condiciones de trabajo, la ruptura de los lazos afectivos y de solidaridad y la anulación de los espacios de sociabilidad y organización en la fábrica, que llevaron a un progresivo aislamiento entre los trabajadores y posibilitaron un incremento del grado de explotación de los obreros y la baja de los costos laborales (…)
En segundo lugar, la política represiva y la anulación de todo movimiento social de oposición fue una precondición para la implementación de un modelo económico basado en un nuevo modo de acumulación centrado en la especulación financiera. Las empresas arriba mencionadas se beneficiaron… acrecentando su patrimonio a través de programas de promoción industrial selectivamente otorgados, subsidios y rebajas impositivas y transferencias al Estado de sus deudas privadas”. (11)


Según Pablo Pozzi:

“… tanto para los empresarios como para el Proceso, el delegado gremial personificaba los problemas básicos con los cuales ellos tenían que enfrentarse en la campaña por aumentar la tasa de explotación [...] Es evidente que hacia 1976 los empresarios consideraban la limitación efectiva en el poder de las comisiones como imprescindible para lograr algún progreso en su proyecto”. (12)

Durante la dictadura se dictaron normas para disciplinar al movimiento obrero como el allanamiento e intervención de los sindicatos, la "ley de prescindibilidad" que permitía "despedir sin causa", así como también decretos y disposiciones que suspendieron el derecho de huelga y de toda otra medida de fuerza. Además se intervinieron las obras sociales con el objetivo de lograr la total indefensión de la actividad sindical. Los secuestros, las torturas, desapariciones de trabajadores, en particular aquellos con actividad gremial, buscaban también sembrar el terror colectivo, enmudecer, silenciar y domesticar al resto de la sociedad, cambiando una cultura de solidaridad y de ascenso social.
De acuerdo con la investigadora Inés Izaguirre, la aplicación del terrorismo de Estado no sólo consistió en la persecución y aniquilamiento de los dirigentes sociales sino en la destrucción de sus identidades como luchadores de base, ya que lo que se buscaba era la ruptura de los lazos de solidaridad que los unían con sus comunidades. Mediante la alteración de su identidad como luchadores sociales, estudiantiles, gremiales o políticos, convirtiendo su accionar en delictivo, se buscó detener un proceso de conquistas sociales y finalmente domesticar al conjunto social:

“… se logró, en una década, invertir las imágenes sociales difundidas en la población. Ya no se trataba de reconocer que el origen de las luchas sociales reside en la injusticia, sino de mostrar elcarácter delictual, ilegítimo, de todas las acciones que intentaran recuperar los espacios sociales expropiados. El luchador social, político, gremial, estudiantil, se transformó… en delincuente subversivo. Después de la derrota, esta imagen desalojó a cualquier otra. El castigo ejemplificante- los muertos, los torturados, los desaparecidos- hizo el resto: destruyó las redes sociales y construyó el desarme.” (13)

Las Industrias Químicas Mebomar SA, tal como figura en un catálogo de empresas químicas internacionales, en 1968 había instalado su planta de producción en Edison y el Arroyo Ortega, en El Jagüel, localidad de Esteban Echeverría (14). Su producción consistía en el procesamiento de sales de cromo y productos para curtiembres. De la empresa salían camiones para exportar por los puertos de Rosario, San Lorenzo y para proveer a otras químicas y curtiembres. La compañía habría sido intermediaria de firmas estatales soviéticas dedicadas a la exportación de productos químicos y de instalaciones tecnológicas para fábricas del ramo y, la Química Mebomar también habría presidido la Cámara Argentino-Soviética desde su constitución (15) e integrado la nómina de empresas proveedoras del gobierno de la Provincia de Buenos Aires (16). La empresa canceló sus actividades en la Argentina en la década de 1990 y en la actualidad mantiene causas abiertas en Juzgados Civil y Comercial, y Juzgado Laboral de Lomas de Zamora por distintas demandas entre ellas despidos, salarios familiares y sueldos adeudados (17) Hace ya tiempo que además la planta abandonada viene convirtiéndose en un problema para los vecinos y el municipio, por los piletones a cielo abierto y la posible contaminación de cromo en las napas de agua. (18)

A pesar que la imagen empresarial y los niveles de producción eran buenos, el trabajo se realizaba en dudosas condiciones de salubridad y seguridad, como surge de los testimonios de operarios y familiares de los trabajadores que se presentarán en la segunda parte del trabajo. El patrón de comportamiento de esta empresa respondería, según la investigación realizada hasta el momento, al modelo propuesto por los historiadores Basualdo y Lorenz:
  • Durante los años previos a la dictadura los obreros de la planta eligen una Comisión Gremial Interna que reemplaza a la anterior. La nueva CGI legitimada de hecho por la elección de sus compañeros de trabajo, era más intransigente a la hora de negociar con la patronal y obtiene mejores condiciones de trabajo que incluyen normas de seguridad, higiene y la reducción de la jornada laboral de ocho a seis horas por trabajo insalubre. Según Omar Gómez de la Federación Argentina de Trabajadores de Industrias Químicas y Petroquímicas, los viejos compañeros recuerdan hasta hoy la lucha para que sus tareas fueran reconocidas dentro marco legal de trabajo insalubre y conseguir la reducción de la jornada a seis horas.
  • Raúl Santillán, obrero de la fábrica hasta diciembre de 1976 y cuñado Eduardo Manrique, ejemplifica a través de más de un episodio el grado de representatividad para “parar la producción”, y el carácter insobornable de los miembros de la comisión.
  • Raúl Santillán recuerda como su cuñado recibió un “aviso” de Monzón, uno de los directivos de la Química Mebomar, que le aconsejó renunciar. Al igual que Miguel Ruiz Díaz, operario hasta mayo de 1976 y cuñado de los hermanos Torres, tuvo que soportar en ese año un “apriete” del gerente de apellido Martínez.
  • Según Miguel Ruiz Díaz era común que hubiese trabajadores que actuaban “marcando” al personal en las reuniones de la gremial. Varios testimonios de familiares de los delegados desaparecidos concuerdan en la presencia de automóviles en situación sospechosa cerca de los domicilios antes y después de producidos los secuestros. Otra supuesta operación de inteligencia o amedrentamiento, según Ruiz Díaz, consistió en sacarles fotos al personal para actualizar los legajos.
  • Durante los secuestros se ejerció un mayor grado de violencia y ensañamiento con los más combativos o de mayor compromiso gremial o político, vistos como más “problemáticos” por la patronal, al igual que sobre sus familiares y viviendas: primer secuestro y violencia ejercida sobre los familiares de Oscar Augusto Sarraille, él único que figuraba como delegado ante el sindicato de los químicos; probable primer intento de secuestro de Edgardo Torres, destrucción de su vivienda y posterior secuestro definitivo junto con su mujer; secuestro de Manrique junto a su cuñado Raúl Santillán de dieciocho años.
  • Despido de Raúl Santillán horas antes de su secuestro y telegramas de despido a las 48hs. de producirse los secuestros de los miembros de la CGI.
  • Desaparecida la CGI se reinstalan las condiciones de trabajo y salario anteriores: cada operario es llamado para firmar el restablecimiento de la jornada de ocho horas con la promesa, nunca cumplida, del pago de horas extras, según consta en los testimonios de Miguel Ruiz Díaz y Herculano Torres.

TRES HERMANOS Y UNA HISTORIA

La familia Torres Retamar era una familia humilde como otras de la zona rural llamada Mojones Norte, de la provincia de Entre Ríos. El padre, la madre y seis hijos vivían en sus tierras de una explotación familiar con algunos cultivos y animales, de la fabricación de los ladrillos que amasaba y vendía el padre, y de la ropa que planchaba la madre. Los chicos iban a la escuela cuando podían, alguno de ellos todavía recuerda que conoció el calzado cuando fue por primera vez a clase “… alpargatas y sólo para la escuela”. Como desde muy chicos ayudaban a sus padres en el trabajo cotidiano, el estudio sólo consistió y aprender a leer y escribir.

Lorenza Felisa Retamar y Ramón Buenaventura Torres, padres de Edgardo, Dardo y Armando

Los hermanos viajaron desde su pueblo a Buenos Aires persiguiendo los sueños de bienestar. Trabajaron mucho para trasladarse a los alrededores de la gran ciudad: primero vino el mayor, Herculano, quien le pagó el pasaje a su hermano Edgardo. Una vez aquí, los dos se esforzaron para poder juntar el dinero de los pasajes para el resto.
A pesar de lo poco que tenían, los hermanos consiguieron ahorrar y compraron un terreno en el barrio La Morita de Esteban Echeverría, allí construyeron una vivienda sencilla en donde convivieron con su madre hasta que cada uno se casó y pudo mudarse a los barrios de La Morita y Siglo XX.
Trabajando en hornos de ladrillos, en las fábricas que florecían en la zona sur del gran Buenos Aires, capacitándose para mejorar, vivieron con dignidad, colaborando los unos con los otros Su meta era prosperar y el motor que más los impulsaba era la familia.
Edgardo, Dardo y Armando Torres Retamar fueron secuestrados entre la noche y la madrugada del 7 y el 8 de diciembre de 1976, y su familia nunca supo que pasó con ellos. El 23 de febrero de 2000 en los Juicios por la Verdad realizados en La Plata, donde declararon Norma Silvia Torres (la hermana) y Lorenza Felisa Retamar (la madre), el Tribunal se enteró que en realidad eran tres los hermanos Torres que estaban desaparecidos. En la causa sólo figuraba un habeas corpus por Edgardo, mientras que los recursos por otros dos hermanos se perdieron en el limbo de los archivos judiciales.


ARMANDO RUPERTO TORRES RETAMAR


“Después de esto se rompió la familia…
No están los muchachos no hay más familia”
Miriam López, esposa de Armando


Armando Ruperto Torres Retamar estudió en la Escuela Primaria N° 21 de Esteban Echeverría. Como tantos chicos tuvo como primera novia a una compañera de colegio, Miriam Esther López. En el barrio vivían cerca uno del otro. Ella tenía doce y él catorce años. Miriam siente que se enamoró, y para siempre, de un chico único, trabajador, compañero, luchador. Armando salía del colegio una hora antes y se iba en bicicleta hasta el cementerio de Monte Grande para trabajar en un horno de ladrillo y poder ayudar a la familia.
Se casaron cuando ella tenía quince años y el diecisiete: “Éramos pobres gatos, ni siquiera medio pelo… Era la unión civil y listo, nada más…”.
Vivieron en una casita que alquilaron hasta que nació su primera hija Elizabeth Esther, años más tarde llegaría Lorena Andrea. Con el trabajo y el esfuerzo de los dos pudieron comprarse su terreno en el barrio La Morita y construir la casa en la que vive su esposa actualmente. Miriam nos recuerda como era la vida de la pareja entonces:

“(Armando iba a)… hacer ladrillos todas las semanas en lo de Titi (Leticia, la esposa de su hermano Edgardo). Siempre quería hacer más. … En la repartija que era entre todos los hermanos, cuando le tocaba, le tocaba. Pero siempre procuraba hacer ladrillos para acá, para la casa… Nosotros íbamos. Las mujeres nos reuníamos en lo de Titi y mientras los muchachos hacían ladrillos nosotras nos quedábamos ahí porque cada cual tenía su hijo, así que las mujeres nos reuníamos ahí, y la mamá de Titi, que era muy buena mujer, todos juntos con ella… Lindo era lindo, tiempos lindos”.

Armando cortaba ladrillos, arreglaba motos, trabajaba en la Química Mebomar y también le quedaba tiempo para ayudar a algún vecino y juntarse con otros jóvenes para realizar trabajos comunitarios: “…se reunían en la esquina y juntaban las bolsas de cemento, cal, arena… y lo guardaban en la casa de una señora…y se hacían veredas”.
Norma Torres también recuerda la solidaridad de sus hermanos y la de otros jóvenes:

“… hay un montón de veredas que las vas a ver, son unos cuadraditos que los colocaban. Antes era muy pobre el barrio, venía una tormenta les sacaba el techo, ayudaban, esas cosas… Era natural porque muchos chicos del barrio lo hacían, si tenían algo para colaborar, para hacer una vereda, arreglar un techo… era natural ayudar, porque nadie tenia nada, éramos gente humilde”.

El esposo de Norma y empleado de la química hasta mayo de 1976, Miguel Ruiz Díaz, agrega: “… había gente a la que le molestaba. Capaz que a la misma comisión de fomento que estaba ahí. Decían (que era) peronista, pero los muchachos… eran peronistas pero más revolucionarios con ideas mas fuertes, no de hablar sino de hacer las cosas por el barrio”.
Armando, “Yiyín”, fue el primero de los hermanos Torres en entrar a trabajar en la Química Mebomar, e integró con ellos la Comisión Gremial Interna. Miriam recuerda que una sus tareas como delegado consistía en juntar dinero para las colectas cuando había que ayudar a algún compañero:

“De eso se encargaba Yiyín a nivel de la Química….Me acuerdo… de un muchacho que había que operarlo, muy enfermo del corazón,… se ocupaba él de las rifas,… de juntar dinero para la operación,... y había que juntar dinero para la señora. De eso sí se encargaba, como el era delegado”.

Cuentan Norma y Miguel que Armando estuvo por su casa con una de sus hijas los días anteriores a su secuestro. Andaba asustado, no sabía que hacer, no sabía si irse con su familia. Pero recuerdan que también dijo: - Si yo no hice nada, ¿por qué me van a llevar?... Y Miguel concluye con una pregunta que insinúa responsabilidades: “Ellos los llevaron de noche y a las 48 hs les llegó el telegrama de despido. ¿Qué seguridad tenían ellos de que no iban a volver?”

Miriam lo sigue esperando desde la noche del 7 de diciembre de 1976. Eran las 11:30 hs. cuando entraron a su casa varios hombres, golpeando y rompiendo la puerta, robando sus cosas, cadenitas de oro, el sueldo de su marido y llevándose a Armando. Antes le habían roto la puerta a un vecino de la otra cuadra porque se habían equivocado de dirección.
Su familia lo buscó desde el primer día. Nos cuenta Miriam que:

“Yo fui con mi cuñada a la química Mebomar a decir que el no se presentaba a trabajar porque había sido levantado de mi casa… que no se presentaba a trabajar por que vino gente a la casa y se lo llevaron. Eso es lo que nosotras fuimos (a decir) con mi cuñada al otro día, a anunciar a la química. Entramos en una oficina, entramos nos tomaron la declaración de que no iban a trabajar por ese motivo. Al otro día nos llega un telegrama… (de despido), porque ellos no se presentaban, cuando nosotras ya habíamos ido”.

Armando Ruperto Torres y Miriam Esther López

La familia buscaba a los tres hermanos en la comisaría, en los destacamentos militares, presentando habeas corpus en tribunales federales con la ayuda de organismos de derechos humanos, yendo a las marchas, fabricando carteles, ampliando fotos. Norma solía ir con su madre Lorenza Felisa Retamar a presentar algún papel para pedir por sus hermanos, otras veces sola o con algún hijo pequeño. Norma recuerda, en este caso, algunas de las acciones que realizadas por Armando y Dardo:

“Y yo ahí no más salí. No tuvimos miedo. Era “Moriche” (Dardo) el que se llevaron, era mi hermano querido. Y a “Yiyín” (Armando), eran mis hermanos más chicos, éramos muy unidos. Había gente que buscaba a sus hijos, hermanos y desaparecían también. Yo no tuve nunca miedo. Nosotros tuvimos suerte. Anduvimos por todos lados y nunca nos pasó nada. Mi hija hoy se acuerda que yo me iba con ellos chiquititos. Juntaba las monedas e íbamos a las casas de Las Madres, a Derechos Humanos”.

Miriam dice que se llevaron a Armando porque toda su vida hizo el bien, por estar siempre a disposición de la comunidad, por luchar por lo que le correspondía, por una jornada justa de trabajo, por elementos de seguridad y ropa de adecuada, por todo lo que debe figurar en las leyes y que hoy también se exige.
Miriam recuerda los pesares de su suegra, Lorenza Felisa, y los asocia con sus propios sentimientos:

“… la familia se desintegró ahí. No están los muchachos no hay más familia… Ellos querían mucho a la madre, eran de reunirse en la casa de la madre, eran de ir cualquier domingo, de ir por ir. No especialmente porque fuera el día de la madre o el cumpleaños, no por ser fin de año… La mamá se murió esperando a sus tres hijos… Nunca aceptó la muerte….Yo tampoco acepto la muerte, como no tengo el cuerpo, no puedo decirte él está muerto…”

El terrorismo de Estado dejó a dos niñas sin su padre, Lorena de casi un año y Elisabeth de cuatro. Quedaron sin poder ver por si mismas que él las amaba, quedaron como en suspenso con un padre ausente. Hoy ellas lo buscan, necesitan respuestas, quieren certezas, buscan sus restos. Su mamá desea que sus hijas se sientan orgullosas de él: “Yo lo único que quiero es que mis hijas recuerden que su papá era Armando Ruperto Torres… un ser especial… Él era especial”
Armando Ruperto Torres Retamar, “Yiyín” tenía 23 años cuando lo secuestraron y hasta hoy continúa desaparecido junto con sus dos hermanos.


DARDO CÉSAR TORRES RETAMAR


“Me llevaron lo más precioso que tenía.
Me hubieran robado todo pero me lo hubieran dejado a él”
María Cristina Fallesen, esposa de Dardo

Dardo César es el tercer hijo de la familia Torres Retamar, originaria de Mojones Norte, Entre Ríos. Llegó a Esteban Echeverría con su madre y sus hermanos menores, cuando los mayores pudieron reunir el dinero para pagar los pasajes. La familia volvió a juntarse, como tantas otras que emigraron a Buenos Aires detrás de los sueños de progreso y bienestar. La gran ciudad en la que florecían las fábricas iluminaba más que el candil que habían dejado atrás en su pueblo.
Dardo César apenas había cursado los primeros grados de la escuela primaria, pasó de chico a hombre educado en la disciplina del trabajo. Aprendió el oficio de su padre, amasar y cortar ladrillos. En Buenos Aires empezó a trabajar en un horno de ladrillos junto a sus hermanos, luego en una fábrica de antenas y finalmente en 1974 ingresó en la Química Mebomar.
Ya estaba casado con María Cristina Fallesen con la que tendría dos hijos, Verónica y Osvaldo. Conseguir un buen trabajo, comprar el terreno y construir una vivienda sencilla en el barrio La Morita para empezar. Todo estaba comenzando para ellos. Su esposa nos cuenta: “Mi marido tenía interés de entrar ahí [en la química] por el hecho de que le quedaba más cerca”.
Pero en la Química Mebomar las condiciones de trabajo no eran buenas. No tenían los elementos de seguridad suficientes como para maniobrar el ácido ni tampoco los cuidados sanitarios adecuados. Eran comunes las quemaduras, las “picaduras” que se curaban en casa, porque la fábrica no brindaba una buena cobertura médica.
La relación con la patronal era cada vez más tensa, en particular cuando se produjo un grave accidente de trabajo que se llevó la vida de un compañero. Dardo, con sus dos hermanos, participó de las reuniones sindicales que dieron origen a la nueva Comisión Gremial Interna con el fin de conseguir mejoras laborales. Primero las más urgentes: ayudar a la familia del obrero fallecido. Pero también la copa de leche para contrarrestar los gases tóxicos, la indumentaria de seguridad, el pago de las horas extras y de los accidentes de trabajo, la jornada de seis horas. Y esa fue la gran pelea de la Comisión: la reducción de la jornada de ocho horas a seis horas por trabajo insalubre. Detrás de ellos se encolumnó el personal.
Dardo César, o “Moriche” para su familia y amigos, era fanático de Boca Juniors y de Guillermo Vilas, aprovechaba su tiempo libre para jugar al fútbol con sus compañeros de trabajo, comer en familia o ver partidos por televisión. Era buen conversador, fiel, digno de confianza, de “fierro” para sus amigos, y siempre atento a las preocupaciones de su familia y sus compañeros.
Dardo era peronista como tantos jóvenes y obreros en su época, le gustaba leer y comentar el diario, sobre todo la sección de política. Había participado con sus hermanos en tareas comunitarias en los barrios humildes en los que vivían. Su hermana, Norma Silvia Torres, lo recuerda como un ser protector e interesado por la vida de sus hermanos: “Cesar era una persona que siempre se daba una vuelta por casa”. Probablemente el compromiso gremial y político era para él un desencadenante natural del amor que sentía hacia los seres más próximos, así según el recuerdo Norma: “Él decía que íbamos a cambiar, que la vida iba a ser mejor. Tenía ilusiones de que todo iba a mejorar”.
Deseaba y trabajaba por el bienestar de su esposa e hijos. María Cristina nos cuenta que: “No se olvidaba de cumpleaños, aniversarios… siempre tenía una atención. Sabía mis gustos. Cobraba la quincena y me traía algo” Con sus hijos era amoroso “El nene de tres meses, cuando sentía su voz, lloraba. Verónica, que sólo tenía cuatro años cuando su padre fue secuestrado, es la que más sintió su ausencia: “Hubiésemos tenido una familia”, dice y la angustia se rompe en un llanto.
La noche del 7 de diciembre de 1976, mientras dormían, irrumpieron en su casa varios hombres armados “… parecía que venían caballos corriendo”, recuerda su esposa. Rompieron la puerta y entraron. “Sólo uno llevaba uniforme de policía”. A los gritos hicieron que Dardo Cesar saliera y lo tiraron en el piso del patio. Le pidieron a su mujer que le alcanzara un buzo. Revolvieron toda la casa y se llevaron a Dardo.
A María Cristina le costó recuperarse. Cuando se marcharon quedó en estado de shock por un largo rato. “Yo me senté en la cama y ahí quede, rezando. Pidiendo a Dios no desmayarme, porque me sentía desmayar. Sentía el cuerpo raro. Estaban mis hijos ahí, Osvaldo empezó a llorar y no tenia fuerza para ponerle el chupete.” Reaccionó cuando vino su cuñada a avisarle que también se habían llevado a Armando. Al amanecer amarró la puerta como pudo y se fue a lo de su suegra a contarle lo sucedido.
La búsqueda comenzó enseguida, la hermana menor salió en bicicleta a ver si alguien sabía algo. Visitaron muchos lugares, la fábrica, la comisaría de Monte Grande, el Regimiento de La Tablada, el Ministerio del Interior, Tribunales Federales de la Provincia de Buenos Aires, acudieron a solicitar asesoramiento a organismos de Derechos Humanos, Madres de Plaza de Mayo, Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos (MEDH). María Cristina cuenta que en su desesperación escribió cartas, al Ministerio del Interior, a autoridades de la Iglesia Católica. Muchas cartas, cartas que volaban como pájaros, cartas que pedían, cartas que esperaban noticias. Sólo una fue respondida por un funcionario del Ministerio del Interior que no le brindó ningún dato preciso.
Igual que el resto de las esposas e hijos de los hermanos Torres Retamar, Norma Silvia sigue buscando a sus tres hermanos: “Cuando salió lo del ADN fui enseguida. Para por lo menos encontrar los restos y darles cristiana sepultura. Porque cuando tenés un desaparecido no lo comparás con la muerte. Uno busca en los matorrales, en cualquier lugar. No terminás de hacer el duelo porque no tenés el muerto. Siempre hemos buscado, porque dicen que la tortura te hace perder la memoria, entonces donde veíamos un linyera parábamos y le veíamos la cara. Uno sigue y sigue buscando”
María Cristina, luego de la desaparición de su marido convivió durante un mes con su cuñada Miriam Esther López, la esposa de Armando. A ella, en el secuestro de su esposo, le habían robado todo. Con mucho esfuerzo y sufrimiento salió adelante. Nada le fue fácil, sola, con dos niños pequeños, salir a trabajar, repartir el cuidado de los hijos entre los abuelos y seguir buscando. Sentía que la política del terror y silencio reinante replicaba sobre ella: “Cada dos por tres sentía que me seguían”.
Sus hijos, a treinta y tres años, siguen esperando respuestas y explicaciones de los organismos oficiales, y así expresa Osvaldo lo que siente:
“Dirijo el enojo a las cosas que me faltaron, a las cosas que yo podría haber hecho si él hubiera estado, pero no me enojo con él porque no esta”.
Siempre supieron por María Cristina que su padre los amaba, cientos de fotos guardadas amorosamente y los claros recuerdos de su madre les permitieron construir su identidad en base a la verdad, a pesar de las sombras y el dolor. Su padre no está para explicarles porqué, para contarles el sentido de esos gestos dignos y solidarios que se convertían en heroicos o peligrosos en una época sin ley. No es él quién debe darles explicaciones, él no se fue, el estado de terror lo arrancó de su lado.
Dardo César Torres Retamar tenía veintiocho años en el momento de su secuestro, y continúa hasta hoy desaparecido.

Dardo César Torres y María Cristina Fallesen


EDGARDO BUENAVENTURA TORRES RETAMAR


Para mí él está vivo, para mí él no está muerto…
Yo sueño que él viene…
Lo sueño que viene con bigotes, viejo, canoso, me golpean la puerta...
Yo me junté una vez,… pero él fue el amor de mi vida”.

Leticia Godoy, esposa de Edgardo

Edgardo Buenaventura era el segundo hijo de la familia Torres Retamar, formada por los padres y seis hermanos. Su niñez junto a su familia transcurrió en una zona rural, en Mojones Norte un pueblo de la provincia de Entre Ríos.
Desde temprana edad ayudaba a su padre en la fabricación de ladrillos, trabajo en que se hizo experto. Cuando su hermano mayor Herculano, apodado “Cuqui”, viajó a la provincia de Buenos Aires en busca de trabajo y un mejor futuro, le pagó el pasaje para que él también pudiera venir a trabajar. Y así fueron trayendo los hijos mayores a toda la familia.
Tenía catorce años cuando llegó a Buenos Aires, y su primer trabajo fue en un horno de ladrillos. En los hornos trabajó hasta los veintitrés años, y siendo sólo un jovencito solía cobrar su sueldo y ahorrar unos pesos para su familia. Edgardo le compró un terreno a su madre en el barrio La Morita en el partido de Esteban Echeverría cuando aun no tenía dieciocho años. Allí se construyó la casa que fue edificada con el esfuerzo de todos y que albergó a la familia hasta que los jóvenes se fueron casando.
Edgardo, “Chato” para su familia y compañeros de trabajo, era reconocido por ser muy trabajador. Tanto que en algún momento llegó a tener más de un trabajo al mismo tiempo, trabajó en un horno de ladrillos detrás del cementerio de Monte Grande y en otro cerca de Pontevedra, en la metalúrgica Santa Rosa en San Justo y en la Química Mebomar
Un día se puso de novio con Leticia Godoy, y se casaron cuando él tenía veintitrés años y ella veinte. Abrieron juntos un almacén en su casa de El Jagüel, y mientras ella atendía el comercio y tejía para afuera, Edgardo trabajaba en la metalúrgica Santa Rosa, hasta que consiguió un empleo en la Química Mebomar cerca de su hogar. Para mejorar aun más la situación económica de su esposa y su hijo, Edgardo siguió trabajando en el horno de ladrillos de Monte Grande, así llegaba a su casa de la química, comía y salía para allá. Leticia nos dice: “Lo que él quería (era) que el hijo el día de mañana tenga algo, que no sea como era él, un peón… Era un hombre rebueno, muy sumiso, muy compañero, muy compañero con su hijo…Era muy bueno y trabajador”
Entró a trabajar en la Química Mebomar en luego de sus hermanos, Armando y Dardo. Los hermanos Torres, Manrique y Sarraille que formarían la Comisión Gremial Interna, no tardaron en darse cuenta que las condiciones de trabajo no eran las mejores: el trabajo era insalubre pero la jornada era de ocho horas, no se daba la copa de leche para contrarrestar los tóxicos, el pago de los sueldos a veces era irregular, la atención médica era inadecuada. Nos cuenta Alicia Godoy compañera de Oscar Sarraille, que:

“Cuando había un accidente e iban al médico de la química… él los mandaba de vuelta a trabajar. Trabajaba junto con la patronal. Si sabían que se tenían que quedar en cama una semana, el médico decía: - Quedate dos días, pero más de eso no. Cuando se quemaban los pies con ácido, les daban tres o cuatro días. Pero el pie no se cura en tres o cuatro días”.

Hasta el día en que murió un compañero en un accidente. Recuerda Miguel Ruiz Díaz, cuñado de los Torres y compañero de trabajo: “Ahí murió un compañero de la construcción que era de montaje. Estaba soldando un cono con treinta mil litros de sulfuro, vino un supervisor, prendió los motores, movió las paletas y este muchacho cayó en el líquido”.
A causa de este accidente fatal se creó la nueva Comisión Gremial Interna que luchó y consiguió la jornada de seis horas por trabajo insalubre, un gran triunfo frente a la patronal y al sindicato.
Alicia Godoy, compañera de Oscar Sarraille y cuñada de Edgardo Torres, recuerda las conversaciones que mantenían:

“Ellos decían: - Si nosotros no tratamos de hacer algo… Pero yo a su vez le decía: - Pero ustedes son una comisión, ¿qué pueden hacer contra tantos? Contra el sindicato y contra la patronal...
- No, pero tal vez si nosotros nos unimos, tal vez otros hagan lo mismo. Entonces dentro de diez o veinte años (las cosas cambien)… Tal vez nosotros no trabajemos más. Pero sino ¿… qué va a pasar con todos estos pibes que van a entrar a trabajar? Los van a pisotear, a los viejos los van a echar, no les van a pagar nada, se van a morir de hambre”.


Edgardo Torres perteneció a la Juventud Peronista junto con su amigo Oscar Sarraile y otros jóvenes del barrio La Morita, un barrio humilde, de viviendas sencillas, casas bajas en medio del descampado, de madera, de chapa y con algunas piezas de material, con calles sin asfaltar hasta el día de hoy. Allí realizaban trabajos sociales y barriales, entorno a la sociedad de fomento ayudaban a los vecinos cuando se volaba algún techo de chapa, construyendo las veredas, consiguiendo los materiales. Tenían un importante compromiso social, si alguna persona no tenía ropa, necesitaba una frazada, el que tenía algo más, se privaba de ello y lo entregaba. Edgardo le había contado a su hermano “Cuqui” como había conocido al Padre Carlos Mugica, teólogo, estudiante de Derecho y de Economía en la Universidad del Salvador y que adhería al Movimiento de Sacerdotes por el Tercer Mundo y al de los “curas villeros”. Mugica trabajaba en una villa miseria de Retiro y sería asesinado por la Triple A en 1974.
Leticia evoca una de las intervenciones de los jóvenes en el barrio La Morita: “Una vez se quemó una casita y los nenes murieron adentro. La mamá había salido a trabajar. Ellos a las cuatro horas, habían juntado en todo el barrio (materiales para construir) la casa, los muebles, la heladera, la televisión.”
El 20 de junio de 1973 habían estado presentes en Ezeiza en la vuelta de Perón a la Argentina, entre la manifestación de miles de personas algunos de ellos aparecen retratados en una foto de una revista de la época. Sus familiares recuerdan que después de la llamada “Masacre de Ezeiza” la gente regresaba a El Jagüel corriendo, asustada y con distintas versiones, hablaban de baleados, de una ambulancia desde la que se disparaba, de distintos lugares con francotiradores, y que los muchachos tuvieron que regresar después de muchas horas.

Entre los manifestantes peronistas que esperan la vuelta de Perón el 20 de junio de 1973 en las cercanías del aeropuerto de Ezeiza aparecen retratados Miguel Ruiz Díaz y los hermanos Torres

En el 1976 las cosas empeoraron. Empezaban a desaparecer dirigentes gremiales de otras empresas de la zona, maestros, obreros. El 20 de octubre habían secuestrado en su domicilio de Temperley a Oscar Sarraille. Edgardo decidió renunciar la Química Mebomar cuando una noche en la que él y su familia se encontraban en la casa de unos familiares en Merlo irrumpieron en su vivienda y al no encontrarlo, rompieron todo, balearon la casa, se llevaron libros y algunos objetos. Por este motivo se mudaron a Pontevedra y Edgardo continuó trabajando en una fábrica de ladrillos donde tenían algunas habitaciones junto a otras familias.
Ahí estuvieron más o menos un mes, hasta que del 8 de diciembre de madrugada, entraron en su casa civiles que se identificaban como policías. Entraron en la habitación y se llevaron a Edgardo junto con su esposa que fue liberada una semana después. Leticia, “Titi”, recuerda que cuando los vinieron a buscar vio unas sombras que avanzaban hacia su vivienda y escuchó: “Perdoname, Titi”. Era la voz de Armando, el más joven de los Torres que se sentía culpable por haber identificado el domicilio de su hermano después de haber sido torturado.
Varias veces Armando le pidió perdón a Edgardo mientras estuvieron detenidos, y su hermano mayor le decía que estaba bien, que no tenía que disculparse. Contamos este hecho dramático para la familia, porque como caso testigo nos da cuenta por un lado del grado de violencia ejercida como para quebrar la voluntad de un joven para que diera con el paradero de su hermano, pero por otro porque nos muestra la medida del amor que unía a los Torres y que pudo sostenerse aun en el mismo infierno.
Leticia estuvo secuestrada con su esposo en un Centro Clandestino de Detención, y regresó sola del horror. Se conmueve al recordar, se quiebra en llanto, pero a medida que avanza en el relato revive en ella el espíritu de lucha para dignificar la memoria de su compañero y denunciar a quiénes lo condenaron: “Yo sentía todo lo que a mi marido le hacían. Él les gritaba que trabajaba en el horno, que el trabajaba en la química, que el no era un chorro, que no era nada y que vayan a averiguar”. Leticia recuerda que cuando Edgardo renunció a la Química Mebomar lo andaban buscando para ofrecerle trabajo en un frigorífico de Monte Grande, pero él sabía que un accionista de la Química era también dueño del frigorífico y que: “Lo querían mandar a trabajar al frigorífico…para “hacerlo boleta”.

Edgardo Buenaventura Torres y Leticia Godoy

El triunfo de la Comisión Gremial Interna y su grado de representatividad fueron vividos por algunos como una dura derrota. Sostiene Miguel Ruiz Díaz que:

“… cuando se hacían reuniones fuera de la fábrica, la patronal ponía obreros que trabajaban para ellos y que iban a la reunión porque se invitaba a todos los compañeros. Pero siempre había dos, tres, que iban para escuchar y llevar el comentario a la fábrica de lo que se hablaba.
Entonces la fábrica ya los tenía marcados… a los que hablaban los marcaba como diciendo:
- Bueno, estos son subversivos, son izquierda, son gente que no colabora con la empresa. Entonces yo pienso, capaz estoy equivocado, que la empresa los marcó”.


Edgardo Buenaventura Torres Retamar, “Chato”, tenía 31 años en el momento de su secuestro. Sus familiares presentaron habeas corpus e hicieron la misma peregrinación por organismos oficiales y de derechos humanos que para sus otros dos hermanos, siguiendo alguna versión, detrás de algún indicio, De Edgardo, nunca se supo nada más, ni vivo ni muerto, desaparecido.
Para Leticia él sigue presente:

“Para mí él está vivo, para mí él no está muerto…Yo sueño que él viene… Lo sueño que viene con bigotes, viejo, canoso, me golpean la puerta .Yo me junté una vez,… pero él fue el amor de mi vida…
Era una persona que luchaba por una mejora para la gente trabajadora, obrera, para aquellos que no tenían nada de que vivir. Ellos luchaban por todo eso”.


Eran hombres valientes, demasiado valientes. Tan valientes que daban miedo y molestaban. Hombres demasiado valientes para vivir en una época sin ley.


OSCAR AUGUSTO SARRAILLE LEZCANO


“Yo no sé nada de él,
yo recién me enteré que era hija de un desaparecido…

es como un extraño en mi vida…”.
Valeria Sarraille

Estas son las palabras de Valeria, una joven que a sus treinta y dos años todavía está averiguando quién fue su padre. Sus abuelos, la adoptaron cuando ella era pequeña y la criaron como a su propia hija, tuvo una familia consolidada, entera, hasta que de a poco esa realidad fue cambiando hasta casi desaparecer:

“Sí, porque cuando encontré… con el correr del tiempo, un papelito de adopción,… ahí empezó el desastre en mi cabeza. Y bueno, tuve que pagar los precios… Hasta que un día me cansé, y creo que esta verdad la supe por diez años,… Me enteré de casualidad,…lo que te imagines pasó por mi cabeza. Así que un día me cansé, después de diez años… los senté a los dos y les pregunté. Y nada, me dijeron que era mi padre realmente, que “Oscarcito” había sido mi padre”.

Oscar Augusto Sarraille Lezcano, veintiocho años, soltero, argentino, empleado, delegado. Desaparecido el 20 de octubre de 1976. Secuestrado en su domicilio en Temperley. No hay testimonio de su paso por un Centro Clandestino de Detención. Así consta en la página de Internet del Grupo Fahrenheit, una institución que busca completar la historia de vida de cada desaparecido. Sobre Oscar se cierne un doble silencio: desaparecido, víctima del terrorismo de Estado en 1976, su familia oculta su identidad pensando así proteger a su hija.
Con el correr de los años, Valeria nunca se animó a preguntarles a sus abuelos cómo fue su verdadero padre, porque era gente mayor y no quería causarles más dolor. Y los vínculos de parentesco se confunden en el relato: “Porque los protagonistas, que son mis padres, ya no están. Mis abuelos, como quieras decirles, ya no están y no tengo a quien… [preguntarle]”. Hoy en día no encuentra muchas personas que puedan contarle cómo era su padre biológico. Los que quedan en su familia no le aportan mucha más información: “Ahora tengo esa necesidad de encontrarme con alguien y que me hable de todo lo que fue, por más que sea el detalle más mínimo, para mi es importante.”
La madre de Oscar fue la que más solía hablarle de él, pero siempre haciendo referencia a un hermano mayor de Valeria que había fallecido:

“Por ahí mi mamá me contaba un poquito, desde antes de saber la verdad. Me contaba que… mi padre, y se refería a él como mi hermano,… Me contaba las carreras que él había elegido estudiar. Estudió Arquitectura, después creo que Administración de Empresas también. Había estudiado música,… se recibió de profesor de acordeón a piano siendo chiquito. Con el tiempo formó su propia banda, con la que recorrieron varios países limítrofes en una gira en la que llevaron su música para ser conocidos”.


Oscar en un viaje por el interior del país

Valeria recuerda a su padre través de los recuerdos de otros, es como si tratara de armar el rompecabezas de una identidad donde no todas las piezas concuerdan. Relata partes de conversaciones con la prima de Oscar, con la que él compartió algunos años en Arquitectura: “Ella lo conocía como un hombre más vale antisocial, artista, muy metido en lo suyo viste, y también apolítico. No era muy sociable, bastante tímido,… no le gustaba nada la política,…”. Al contarle Valeria a su prima la participación de Oscar como delegado en la Comisión Gremial Interna de la Química Mebomar, ella no lo podía creer.
Sin embargo, Valeria también tenía guardada otra imagen de Oscar que ahora cobra sentido cuando la asocia con su compromiso sindical:

“Me estaba acordando justamente ahora que… él era muy solidario. Porque mi mamá me decía que él regalaba todo lo que le llegaba a sus manos, todo. Desde frazadas, sábanas, ropa nueva, zapatos, zapatillas. Lo que se te ocurra, lo regalaba, y si no traía ropa vieja o ropas que estaban en mal estado … Mi mamá me contaba que “Júnior” [cómo lo llama a Oscar] hacía que mi mamá, la pusiera en condiciones, la cociera …Pasaba la ropa a la madre para que la remiende y la pueda donar…siempre era muy generoso, daba todo lo que tenía, o sea, cualquier cosa nueva que llegaba a sus manos prefería dársela a otra persona que la necesitara…”

Sin salir de su asombro cuando trae a la memoria la forma de ser de su padre, Valeria dice:

“Pero no sé, me llama la atención que sea tan, que haya sido tan bueno, suena como un santo… Por lo que me cuentan era generoso, era bueno, ayudaban a todo el mundo, peleó por los derechos de sus pares, era perfecto este chico…ahora no encuentro a nadie que sea de esa forma.”

Oscar no llegó a conocer a su hija, pero supo antes que lo secuestraran que su compañera estaba embarazada, y eso lo puso feliz. A los pocos años de vida de Valeria y después que ella estuviera muy grave, Alicia Godoy su madre biológica, decide dejarla a cargo de los padres de Oscar. Según la versión que pudo construir Valeria:

“Alicia iba a la casa de ellos para que haya un contacto entre los tres. Parece que Alicia creía que mis abuelos sufrían demasiado porque bueno se habían llevado a su hijo, gente grande, y estaban como rendidos ante la vida porque no tenían porqué luchar, no tenían nada. Entonces decidió, ayudada por los consejos de su madre, entregarme a mis abuelos para que me críen, que en ese momento tenían una buena situación económica y sería como un impulso para sus vidas.”

El contacto entre Alicia y Valeria se perdió cuando los padres de Oscar, que ya habían dejado la casa de Temperley, se mudaron de Burzaco a Olavarría. Con los años, Valeria volvió a comunicarse con su madre biológica, al igual que con la familia materna. Valeria nos cuenta que su abuela materna quería mucho a Oscar y estaba muy orgullosa de su yerno, porque le preocupaba el destino de los niños y los ancianos en el futuro, y que por eso luchaba.

Oscar en una reunión con amigos

Oscar Augusto Sarraille Lezcano entró a trabajar en la década de 1970 en las oficinas de Industrias Químicas Mebomar SA en Capital Federal, como empleado administrativo. Miguel Ruiz Díaz, del antiguo cuerpo de delegados de la planta de El Jagüel y cuñado de los hermanos Torres, nos cuenta de Oscar que:

“A él lo despiden, estaba en una oficina en Capital y lo despiden, porque quería afiliar a todos los compañeros que estaban en la oficina al gremio químico. Nosotros lo conocíamos a él, y como comisión interna hablamos. Lo conocíamos de cuando hacíamos reuniones o jugábamos al fútbol, entonces hicimos una amistad. Cuando a él lo despiden allá, nos llama y nos cuenta lo que le pasa. Entonces nosotros hablamos con el gerente. Lo toman pero no lo dejan en Capital, lo pasan a la planta.”


Oscar es el único de los cinco miembros desaparecidos de la nueva Comisión Gremial Interna, que figura como delegado ante el Sindicato del Personal de Industrias Químicas y Petroquímicas, y es probable entonces que ya fuera delegado al ingresar en la planta de El Jagüel. A pesar de haber sido despedido por su actividad gremial, y de ser reincorporado en otro lugar de trabajo probablemente para desvincularlo de sus antiguos compañeros, continúa con la acción sindical e integra la nueva Comisión Gremial Interna. Los tiempos que se avecinaban no eran buenos. Cuando se le pregunta a Miguel Ruiz Díaz porque renunció a la antigua comisión gremial y a la química, nos dice:

“Porque venía el apriete, ese fue el problema. Bueno un día, uno de los compañeros nos avisa que habían puesto una sabana blanca y mandaban a uno por uno a sacarse fotos. Entonces fuimos hablar con el gerente que estaba en ese momento en la empresa y nos dijo que era una foto de los obreros que les pedía el seguro de la empresa. Al poco tiempo llegamos a entender que se las pedían para identificar a cada persona. Fue antes del golpe. Puede ser ´75 o por ahí.
Un día me agarra el gerente, que era Martínez, y me dijo:
- Mirá Miguel la cosa viene así, fíjate vos lo que hacés... Yo llamo a tal número y vos esa noche desaparecés. Vos y aquellos que andan molestando.
Entonces pasado un mes, más o menos, hablé con los miembros de la comisión y les dije: Miren yo voy a renunciar. Me voy porque la mano viene así, así y así... Y me dijeron:
- Bueno, fíjate”.
Con respecto a los hermanos Torres cuenta que: “El del medio (Dardo) me agarra en un pasillo y me dice: - ¿Y nosotros qué hacemos? Fíjense -les dije- “sino van a tener que renunciar e irse. Y me dijo: - Y nosotros, ¿a dónde vamos a ir?”


Miguel Ruiz Díaz renuncia al antiguo cuerpo de delegados en mayo de 1976, y este último episodio había ocurrido un mes antes.
En alguna de las charlas de Valeria con su abuela paterna, llegó la pregunta de porqué Oscar ya no estaba: “Me contó como fue que se lo llevaron... Estaban los tres, mi papá, mi mamá y él. Llegó la madrugada, entra gente,…Revuelven la casa, empiezan a preguntar por Oscarcito, bueno golpean a mi padre. Lo golpean, y bueno ahí se lo llevan a Oscar”.
Alicia Godoy, compañera de Oscar, estaba como apesadumbrada cuando la conocimos, pero a pesar de todo lo que le sucedió en la vida, ella no llora, nunca pudo llorar. Recuerda sobre el secuestro de Oscar que:

“Fue para el día de la madre. Yo tenía que llevarle unas cosas a él… a la rotonda de Turdera, porque yo me había venido a la casa de mi mamá, porque… estaba embarazada y tenía que ir al hospital y aproveché para pasar el día de la madre allá. Él se había olvidado unos papeles, documentos, y se los iba a alcanzar en la rotonda de Turdera…Y no llegó, no llegó, lo esperé y lo esperé, para en colmo en esa época no se podía estar mucho tiempo esperando un colectivo. No llegó… A los días, después de hacerme los estudios, de ir al médico, llego allá y me dice la mamá: - Vinieron a buscarlo y se lo llevaron… Era la una de la mañana, él estaba dormido, a él lo destaparon. El papá abrió la puerta porque golpeaban y pateaban. Los acostaron ahí, los empujaron y revolvieron todo, le dieron vuelta todo, le llevaron hasta una torta que tenían en la heladera, y muchos libros que tenía de la facultad, y después se fueron, y quedaron… los padres solos, y nunca más,… no supieron más nada.”

Pero comenzó la desesperada lucha por recuperarlo. Cuenta Valeria:

“Después recorrieron cielo y tierra tratando de buscar información de su paradero. Yo tengo un tío, en su momento era comisario… de ahí, de Temperley. Entonces fueron…a buscarlo para pedirle ayuda, para ver si podría hacer algo. No sé, moverse, tenía un poco más de influencia que el resto. Y no, dijo que no podía hacer nada… Después fueron a la iglesia, al gobierno, a donde sea, preguntando donde sea por su hijo. Y bueno, nunca supieron nada. Mi mamá estuvo… con las “Madres”, caminando en la plaza años, pero después nunca más nada.”

Sus padres no lo volvieron a verlo, ni a escucharlo, nunca supieron nada más. Esa noche fue la última, y la primera de una larga espera y de un silencio que no cesan. Sus padres murieron esperando. Valeria sigue esperando. Esperando saber cómo fue, pensando cómo hubiera sido su vida con su padre: “Digo cómo hubiera sido…si no se lo hubieran llevado, cómo hubiera sido su relación conmigo, y empiezo a fantasear como sería…”
Al momento de solicitarle que describa sus sentimientos hacia su padre, que describa lo que siente al saberse hija de Oscar, sus palabras fueron:

“Que no es mi padre. Yo soy muy diferente. No es mi papá, no tenemos nada en común. La forma de ser, todo positivo, es como raro. Yo soy todo lo contrario, por eso me llama la atención tener la sangre de este hombre, como todo un héroe en la familia. Que haya dado la vida por los demás, y que haya dado tanto, pensado tanto en el bienestar de los demás. Siento sorpresa, todavía no puedo creer que sea mi padre. Como alguien extraño en la familia, alguien demasiado perfecto, es como que estoy buscando internamente, estoy buscando encontrarle algo malo, algo que lo acerque a mi persona, es como algo inconsciente, algo que quiero que sea. Y me da esa sensación, todo lo que me cuentan de él es bueno, positivo.”


RAÚL EDUARDO MANRIQUE VITALE

“Una vez le habían sugerido que se
fuera al sur, y fue cuando el dijo:
- No, yo me quedo por mis compañeros”.
Eduardo Manrique, hijo de Raúl

En 1949, año en que en la Constitución Nacional se consagraban los derechos sociales y se definía a la República Argentina como una patria libre, justa y soberana, nacía en Valdés, a treinta kilómetros de 25 de Mayo (provincia de Buenos Aires), Raúl Eduardo Manrique Vitale.
Eduardo o “Lalo” para su familia y amigos, se manifestó desde chico como alguien emprendedor, inquieto y algo aventurero. Así fue que con trece años, cuando su padre lo envió a hacer trámites a 25 de Mayo, decidió seguir viaje y visitar a su tía que vivía en Llavallol. Regresó en varias oportunidades a la ciudad que lo embelezaba con sus luces, sus autos y sus chicas, acostumbrado como estaba a otro ritmo de vida en un medio rural, sin siquiera luz eléctrica y con un caballo como compañero de viaje al colegio.
En 1966, cuando el presidente constitucional Arturo Ilia era derrocado por un golpe de Estado cuyo presidente de facto sería Juan Carlos Onganía, cumpliendo diecisiete años y habiendo cursado sólo sus estudios primarios, Eduardo decide instalarse definitivamente en Llavallol. A su llegada fue logrando amistades con otros jóvenes, y fue así que conoció a quien sería su esposa, Marta Santillán, con la que se casó teniendo apenas veinte años. A los tres años de casado nació su primer hijo Eduardo, seguido de Mónica, y luego de Lorena.
En el Gran Buenos Aires se le abrieron distintas
posibilidades de trabajo: primero en una fábrica de galletitas en Valentín Alsina, luego en una hojalatería, también trabajos de electricidad y de albañilería en los que fue instruido por su tío. Una anécdota de su juventud muestra los rasgos fuertes que se perfilaban en su personalidad a la hora de defender los derechos de los trabajadores:

-“Che tío, mirá que acá los muchachos no están bien, no tienen casco, (el lugar de trabajo) es alto, muchas horas.
-¡Bueno Lalo, no hagas lío, yo te traje a vos, dí la cara por vos!
-Bueno, yo te lo agradezco, pero tampoco están bien los muchachos”.


Al otro día paraban la obra, y así comenzaba en su vida una lucha incansable por lo que consideraba justo.
Realizó cursos de electromecánica, bobinado de motores, que lo capacitaron para futuros trabajos. Consiguió tener su propio taller, un sueño hecho realidad. Algunos se preguntan cómo, habiendo cursado sólo estudios primarios, aprendió varios oficios y pudo ponerlos en práctica. Sus hijos reconocen en sus logros la personalidad de su abuelo paterno. El padre de Eduardo, con los conocimientos adquiridos en sus labores rurales, había terminado enseñando en un colegio incorporado a la Universidad de La Plata en la localidad de 9 de Julio. Estos valores los adquirió su hijo, al igual que la sensibilidad y el carácter emprendedor.
Un cartel de electricista le abrió las puertas para ingresar como técnico electromecánico de la sección de mantenimiento de la Química Mebomar, ubicada a cuadras de su casa. Era 1974 fallecía Juan Domingo Perón luego de un periodo democrático lleno de esperanzas y contradicciones, subsistiría un gobierno débil cruzado por conflictos económicos, políticos y sociales.
Cuando Eduardo trabajaba en la Química Mebomar sus hijos tenían cuatro y dos años, y esperaba la llegada de su otra hija, motivo suficiente para luchar por un trabajo digno. Repartiendo el tiempo entre sus tareas en la fábrica y en el taller, continuaba también con la construcción de su vivienda en el barrio Martínez Moreno de El Jagüel, tarea que compartía con su esposa, quién además estaba empleada en un taller de costura. Entre los dos iban concretando sus sueños.
En la Química Mebomar, después del accidente que se llevó la vida de un compañero de trabajo, Eduardo tomó la decisión de integrar la nueva Comisión Gremial Interna junto a Oscar Sarraille, Edgardo, Dardo y Armando Torres para defender los derechos de los obreros y estar al lado de los compañeros. Eduardo era peronista, firme en sus convicciones, y esta determinación la iba a sostener en el tiempo con coraje.
Raúl Santillán entró a trabajar en la fábrica después de su cuñado Eduardo, y será secuestrado junto a él cuando sólo tenía dieciocho años. Él nos cuenta que el ritmo de trabajo era constante, las veinticuatro horas en turnos rotativos, las condiciones de trabajo eran malas, con falta de elementos de seguridad como guantes o mascarillas para maniobrar el ácido, la soda cáustica, entre otros productos químicos, hasta “costaba respirar”. A consecuencia de la falta de seguridad había fallecido un trabajador y este accidente habría dado origen a la nueva Comisión Gremial Interna elegida por los obreros de la planta. Con la nueva comisión, las condiciones de trabajo mejoraron. Raúl Santillán dice con respecto a la actuación de la comisión anterior: “Vaya a saber que arreglo había ahí, no sé… La otra comisión no se “calentaría” tanto como esta”.
Sobre el desempeño de Manrique nos cuenta que era muy querido y respetado, ya que siempre estaba atento a las necesidades de sus compañeros de trabajo. Y lo ejemplifica con la intervención de Eduardo y la comisión en un problema de seguridad en el que se decidió parar la producción:

“Paramos. No se trabaja hasta que esto se solucione. Él empezó a caminar y dijo: -Bueno, paramos, no trabajamos más”, y los compañeros lo seguían porque “… él tenía muchas condiciones, iba al frente y solucionaba los problemas… (Las autoridades de la fábrica) los reunían a ellos arriba… El jefe ahí, el “manda más”, era Monzón… Lo del tablero abierto fue un rato, media hora (y se arregló el problema),… sino, no arrancábamos”.


Coinciden las versiones de los familiares en que Lalo había recibido avisos o advertencias,que consistieron en lo siguiente según Raúl Santillán:

“A él lo llamó el jefe y le dijo:- Andate, vos sos muy inteligente, sos joven… Como diciendo, andate porque te van a “levantar”. Y él sostuvo: - No. Yo no me voy, yo me quedo a defender a mis compañeros. Pero él se podría haber salvado. Parece que nació para defender al compañero… Por lo que tengo entendido, ahí le habían ofrecido la plata para que renuncie, para que se vaya”.

Su hijo Eduardo cuenta que:

“Una vez le habían sugerido que se fuera al sur, y fue cuando él dijo: - No, yo me quedo por mis compañeros”.
Primero y segundo telegrama de despido de Raúl Eduardo Manrique con intimación de despido por justa causa por abandono de trabajo.

El 24 de marzo de 1976 volvimos a presenciar el reemplazo de un gobierno constitucional por una dictadura militar, esta vez sembrada de secuestros, torturas y desaparecidos.

Aquel ocho de diciembre de 1976 la represión que estábamos acostumbrados a vivenciar de manos de un gobierno de facto, siendo las 12.40 hs de la noche, irrumpió en la casa de Eduardo Manrique, dejando a una familia sin padre, sin marido, y sin esperanzas:

“El día que lo llevaron estaba yo presente, balearon las puertas, entraron a mi casa, a mi no me dejaban pasar, a mi hermano y a él, los estaban apuntando con ametralladoras.
Me pidieron que por favor tape a los nenes para que no vean nada. De cualquier manera levantaron los colchones… se lo llevaron, vinieron en coches. Algunos vecinos decían que estaba la manzana rodeada. Estaban de civil, con la cara tapada con medias”.


Así relata Marta Santillán el secuestro de su esposo y su hermano, agregando que: “… después fuimos a varios lugares, junto con Cristina (esposa de Dardo Torres). Fuimos a la Defensoría de Pobres y nos dijeron: Ah! Pero sus maridos son subversivos. Y yo salté para contestarles y Cristina me calló”.
Raúl Santillán recuerda claramente ese día, con un tono apesadumbrado pero firme como si todo volviese a repetirse en este instante:

“Fue el 8 de diciembre, porque eran las doce y cuarto… porque yo había llegado hace quince minutos, a las doce había llegado. Qué casualidad, que a mí el día anterior me habían echado… con telegrama de despido,… quedaba cesante, nada más… Entré, me acosté, y doce y cuarto clavado se escuchaban una serie de portazos…. Empezaron a golpear la puerta:- Abra, policía. Yo fui, lo llamé a él que estaba durmiendo ahí. Se levantó él y ni bien abrió nos mandaron de cabeza al piso…

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